lunes, 16 de julio de 2012

La Tonda y las Peñas de Herrera. Allá donde nace el cierzo.


Situadas en pleno Parque Natural del Moncayo, al Sur del pico, son unos oteros importantes desde los cuales se tienen unas panorámicas privilegiadas sobre el territorio más meridional del Parque.

Se alzan en medio de una zona permanentemente azotada por el viento, donde tan sólo arbustos de poco porte, coriáceos y muy resistentes son capaces de sobrevivir (enebro, aliagas y erizones).

Bosques de pinos conforman manchas verdes en algunos lugares, proporcionando resguardo frente a las duras condiciones de las zonas descubiertas.

Es área de margas erosionadas en cárcavas coloreadas.

Varios puntos de agua surgen de estas laderas ásperas formando dos arroyos, uno proveniente de la Tonda, el otro de las Peñas de Herrera, en cuya confluencia final se asienta Talamantes (930m), población donde viven unas 15 ó 20 familias, a la cual se llega por la N-122 de Borja a Tarazona, tomando en Bulbuente el desvío que lo indica. Desde aquí hay 17km de sinuosa y solitaria carretera hasta el mismo pueblo, donde termina. Es un tramo “a la antigua”, cuya anchura de calzada un tractor que pase la ocupa en su totalidad, y donde los pajaricos, posados sobre el asfalto, levantan el vuelo cuando perciben que se aproxima un vehículo.

Son las 9:15h de la mañana cuando comienzo la marcha, habiendo dejado el coche en la zona de aparcamiento existente a la entrada de Talamantes (capaz para 6 ó 7, dependiendo de lo ordenados que se dejen) y me encamino hacia el río. Nada más cruzarlo ya aparecen los carteles indicadores (es una zona muy bien señalizada toda ella). La referencia a seguir es el Collado del Campo, adonde se llega subiendo por el barranco de Valdetreviño. Las marcas rojas y blancas guían sin problema durante todo el recorrido.

Los primeros metros son de pista hasta encontrar el depósito de agua que abastece a la población. A continuación aparece el límite del bosque de pinos que invita a adentrarse en él. La senda es amplia y cómoda, la sombra es prometedora y el cuerpo se ajusta a regañadientes al esfuerzo que presiente.


El sendero, cada vez más estrecho, discurre próximo al arroyo, la hiedra abraza los troncos de los árboles y el entorno resulta acogedor. Los sentidos funcionan: se oye el murmullo del agua, la frescura facilita el trote acompasado que se va adaptando a la pendiente, la vista se llena de bosque.


Un cartel indica la situación de la Fuente del Boticario, algo a la izquierda, muy próxima.


Las señales de GR-90 y la traza son claras. Siguiéndolas, alternando senda con tramos cortos de pista, se sale del bosque alcanzando el amplísimo Collado del Campo (1.299m). A la izquierda la Tonda, a la derecha las Peñas de Herrera; tras ellas, el Moncayo, cuya cumbre hoy no se ve al estar cubierta por una pertinaz nube. De momento el aire está en calma.

La subida a la Tonda se realiza por una pista, a tramos se asemeja a un cortafuego, que resulta algo engañosa, porque al comienzo parece simple pero después su longitud y pendiente sostenida hacen  que mantener el trote hasta la cima obligue a echar mano del tesón y la perseverancia.   

La cumbre (1.948m), redondeada y con un punto geodésico, apenas sobresale del pinar que cubre su laderas Norte y Este. La vista sobre el resto de vertientes permite constatar un territorio áspero, sujeto al azote del viento, con el Moncayo sobresaliendo, al Oeste, por encima de las Peñas de Herrera. La erosión fluvial ha socavado grandes cárcavas amarillentas y azuladas que muestran las margas de las que están hechas.


He de abrigarme porque el aire se ha “despertado” y puesto en movimiento, así que cierro bien el cortavientos, me cubro la garganta y me lanzo cortafuego / pista abajo en pos del Collado del Campo otra vez, paso obligado camino de las Peñas de Herrera.

Alcanzo el Collado y sigo la pista, mantengo la carrera mientras asciendo mirando hacia los espigones calizos que van apareciendo a mi izquierda, bordeando las Peñas por el Sur. Los enebros, sometidos al azote del fuerte viento, que va acercando las nubes que anteriormente sólo cubrían la cima del cercano Moncayo, muestran sus minúsculas bayas.


Una vez alcanzada la base de la primera de las Peñas decido abandonar la pista y ascender directamente por entre las punzantes matas de erizones que sostienen la ladera.

Estoy a 1.500m de altura, me resguardo tras una de las rocas observando el recorrido que me queda hasta Talamantes. Son estas Peñas de Herrera torreones calizos llenos de oquedades que han de sufrir continuamente el rigor del cierzo que el Moncayo genera y lanza laderas abajo.


Con cierto cuidado para evitar resbalarme con los guijarros sueltos, siguiendo las trazas de ganado que encuentro, voy descendiendo hacia el cada vez más próximo sendero. Las amenazadoras nubes parece que no acaban de cobrar cuerpo, pero yo sigo la marcha a la máxima velocidad posible, tratando de dejarlas atrás. 

Al final alcanzo las primeras carrascas que componen el bosque de este barranco en el que me adentro. Me detengo un momento para echar la mirada atrás, hacia las Peñas que quedan en lo alto, solitarias, acatando el cierzo.


Concentro la mirada en dónde piso, para evitar tropezar, y acelero por el bosque, camino de Talamantes, por trocha, alternando piedra con hierba en las zonas más húmedas, donde las orquídeas ponen  su nota de color, dejando atrás la árida belleza de las partes más altas y desprotegidas.


Son las 13:15h cuando alcanzo el coche, tras haber recorrido un circuito de unos 18km, salvando un desnivel total acumulado de unos 800m de D+, por un entorno batido por el viento, donde lo áspero y árido resulta bello, en el que los bosques son frescos y húmedos, ofreciendo una riqueza de contrastes que conforman este conjunto natural al pie del Moncayo.

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