lunes, 31 de diciembre de 2012

Galacho de Juslibol y castillo de Miranda.


El río Ebro se caracteriza porque en el tramo entre Logroño y Sástago (terreno de poca pendiente), describe curvas o meandros en la llanura por la que discurre y periódicamente inunda. Estos meandros son curvas del río que se van deformando constantemente en una dinámica continua de erosión y sedimentación. En situaciones de crecida y avenida es habitual que el río busque el camino más corto y recto entre curva y curva, dejando el antiguo cauce abandonado. Este brazo o meandro abandonado es lo que en Aragón llamamos "galacho".
El galacho de Juslibol se halla comprendido entre el actual curso del Ebro y un escarpe de yesos, ubicado en la margen izquierda del río, a cuatro kilómetros aguas arriba de Zaragoza.
Su formación data de principios de 1961, momento en el que se produjo la mayor inundación del siglo XX. El 2 de enero de dicho año se inundó el 90% de la huerta en casi todos los municipios próximos a Zaragoza, y el cauce alcanzó 2,5 km de ancho en algunos puntos con un caudal 16 veces el valor medio. Las aguas no volvieron ya a su antiguo cauce: se había formado el Galacho de Juslibol.
El castillo de Miranda, antigua fortificación de cuando los árabes, judíos y cristianos poblaban Zaragoza, se mantiene a duras penas sobre el farallón de yeso a cuyos pies, 50 metros más abajo, se extiende el galacho.
Correr por estos parajes es un descubrimiento. Senderos y trochas  que surcan los esteparios yesos, elevados sobre la llanura, entre tomillos y pinos pequeños, subiendo y bajando, atravesando los barrancos laterales, con el galacho a los pies, algo más allá el Ebro.
De pronto el camino se interrumpe bruscamente, el monte se acaba. Un profundo barranco transversal corta la continuidad del escarpe. Enfrente, al otro lado de la brecha, se alza el castillo de Miranda.
Retrocedo unos metros y tomo una trocha que desciende hasta el fondo, encontrando escalones naturales de yeso especular y zonas húmedas ¡Cómo resbala el barrillo que cubre estas umbrías!
Una vez en la base del cortado subo hasta el castillo por senda seca, y menos empinada de lo que parecía desde el otro lado. El sol se cuela por las aberturas que hay en las paredes.
Mientras reposo unos instantes al pie de la fortaleza observo el promontorio en donde estaba hace unos minutos, y distingo un estrecho sendero que discurre a media altura de la barrera rocosa, entre la parte superior y el galacho.
Me atrae hacerlo antes de internarme en la zona húmeda del galacho, así que me dirijo hacia él y lo recorro en los dos sentidos, ida y vuelta.
No parece el sitio más recomendable para transitar en momentos de lluvia o con suelo mojado. La estrechez de la senda, junto con lo deslizante del yeso húmedo, constituye una buena combinación para acabar dándose un chapuzón en el agua del meandro, a poco que uno se descuide.
Tras la doble ración de “sendero a media altura”, me sitúo de nuevo al pie del castillo de Miranda, en el fondo del barranco transversal, y me adentro en el galacho.
Huele a carrizal, a humedad y a río.  La senda discurre entre vegetación de álamo blanco, chopo negro, fresnos y olmos; orientada directamente hacia el Ebro.
El escarpe va quedando cada vez más atrás.
El soto está verde, los árboles han perdido ya sus hojas, persiste el olor que lo impregna todo. Me trae recuerdos de recorridos en piragua, de corrientes, de agua salpicada con el paleo, de equilibrio a duras penas mantenido.   
Voy siguiendo la llamada del río que está próximo, ya lo oigo, unos metros más y alcanzo la orilla izquierda del  Ebro.  Detengo la carrera y me quedo absorto contemplando el gran caudal que trae. Recuerdo cómo fue “sentirlo” desde dentro, en una frágil piragua, y me percibo minúsculo ante su magnitud.
Pero ya es tarde, hay que continuar. Así que doy media vuelta y retorno hacia el galacho. Es un deleite correr entre los chopos y los fresnos. He de volver aquí en primavera, cuando las hojas broten.
Lanzo una última mirada al conjunto del castillo elevado sobre el meandro, para luego dirigirme de nuevo a Juslibol (nombre que proviene de: “Deu lo vol = Dios lo quiere”, grito guerrero que Alfonso I el Batallador usó para arengar a sus tropas, acampadas en la localidad, antes de lanzarse al asalto y conquista de la ciudad), y volver a Zaragoza tras haber recorrido unos parajes naturales tan próximos y tan diferentes de lo que es y conlleva una gran urbe.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Felicitar no es lo mismo que desear felicidad.

Annie / Lescun
Entiendo la montaña como un encontrarse a solas con uno mismo, con el entorno, con la Naturaleza.

No obliga a nada, eres tú el que se marca los objetivos, quien los evalúa y quien decide, el que acierta o se equivoca, y quien, consecuentemente, paga el precio o recibe el premio.

Aprendes a saber qué es la sed, el autocontrol, la sublimación de las necesidades, que se puede soportar bastante más de lo que vaticina el razonamiento ablandado por lo muelle del entorno social. Adviertes la valía de cada cosa por pequeña que parezca, la fuerza que transmite la sola presencia del que te hace un gesto aprobando o corrigiendo una decisión tomada y tácitamente comunicada para corroborarla.

En ella encontramos polvo, niebla, lluvia, sol, calor y frío; pasamos fatigas, pero también vemos picos, bosques, ríos y coexistimos con otros seres. Nuestras pupilas se dilatan para abarcar los colores del otoño y se contraen con la blancura del invierno o con el sol del estío. Pero sobre todas las cosas, vivimos, absorbemos el entorno y nos vamos llenando.

Si nuestro espacio interior está vacío, tanto da deambular solo como acompañado, estaremos y nos sentiremos desvalidos aún en compañía. La unión externa no empapa, escurre, resbala y pasa sin dejar huella. Sólo con lo que penetra en nuestro espíritu dejamos de sentirnos solitarios.

Alcanzamos a confraternizar con el medio mucho más de lo que urbanamente seamos capaces de imaginar. Las más exigentes metas pasan a formar parte de un recorrido a lo largo del cual cada detalle o sensación son percibidos en sí mismos, aportando su valor. 

Me parece que esto, algo inmaterial, es un regalo que puede interiorizarse, incorporándolo a la vida, y por lo tanto, se tiene para siempre, para hacer con ello lo que se quiera, según el estado de ánimo o necesidad de cada momento.

Felicitar no es lo mismo que desear felicidad. Yo, en estas fechas quiero desearos/nos que seamos conscientes de lo que hemos vivido, de lo que seguimos viviendo cada vez que hacemos algo tan sencillo como lanzar el pie y conformar la zancada.

Salud y Montaña en estas Navidades ¡Feliz año 2013!

RECUERDOS AN-HELADOS

Zona del Anayet
Midi d'Osseau
Guadarrama
Las Cerradillas
Astún
INSTANTES SOR-PRENDIDOS
Pedriza
Hoyo de Manzanares
Guadarrama
Guara
Guadarrama

Guara
HORIZONTES DES-ENFOCADOS
Pedriza
Hueco de San Blas
Pedriza
COM-UNIÓN Y CON-VIVENCIA

Hoyo Cerrado
Desde la Gran Facha
Guadarrama
Pedriza
 PRESENCIAS SUTILES Y/O ATRE-VIDAS

Guadarrama
Moncayo
Pedriza
Pedriza
 OS DESEO FELIZ AÑO 2013. LA NATURALEZA NOS AGUARDA. SALUD Y MONTAÑA.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Correrías alternativas por los parques de Madrid. Dehesa de la Villa y Parque Cubillo.


La ciudad de Madrid, mejor dicho, la abundancia de parques y árboles que hay en la ciudad de Madrid, permiten realizar amenos y reconfortantes escarceos de naturaleza, a poco que unos se entretenga en trazar los itinerarios convenientes.
Son ideales para días con tiempo incierto o para momentos en los que, aún siendo cierto, es escaso; en fin, para cuando una escapada a la Sierra no es posible y, a pesar de ello, queremos contactar con la natura y no resignarnos a posponer el encuentro ¡Eh! Que también valen para cuando las ganas de madrugar no acompañan, pero esto hay que decirlo bajito y con la boca pequeña.
Pueden conformarse circuitos variopintos, para todos los gustos y necesidades, tanto sea para recorrerlos caminando como corriendo.
Hoy, último fin de semana antes de las Navidades, hubiéramos realizado mi amigo Manuel y yo una excursión a la Sierra. Habíamos quedado en que, si había nieve: esquí de travesía, y si no la había: la integral de la Pedriza. Nos faltó considerar que en esta ecuación el factor “tiempo meteorológico” no es una constante,  como habíamos asumido, sino una variable, que hoy tocaba mala. Así que ni una cosa ni otra. De manera que a tirar de lista de alternativas.
Me asomo por la ventana, el  otoño, a pesar de estar dando ya sus últimas bocanadas, mantiene su altanero colorido. Resisten bastantes hojas en los árboles al abrigo de las paredes y tapias de la ciudad.

Linde urbana para hoy: la calle de Sinesio Delgado. Esta arteria, que comienza en la Ciudad Universitaria y acaba enlazando con el Paseo de la Castellana a la altura de las Torres de Madrid, delimita por el Norte dos hermosos parques, el magnífico de la Dehesa de la Villa y el algo más modesto, por encontrarse todavía en período de afianzamiento y desarrollo de sus árboles, Cubillo. En total, salen entre 8km y 10km, enlazando los dos, para la vuelta completa, dependiendo del número de senderos, trochas e incursiones internas que vayamos eligiendo.
El día es gris, fresco, ideal para correr. Los árboles deshojados junto a los de hoja perenne conforman un paisaje extraño. Cada cual va tirando por su camino y sin embargo la armonía se mantiene.

La alfombra de hojas cruje rítmicamente al son de las zancadas. Hay poca gente, el ambiente es de quietud.

Aprovecho los cortos tramos de vía urbana que me separan del parque de Cubillo para elevar la vista hacia las fachadas otoñales de algunos de los edificios. Lleno los ojos de ocre y verde antes de seguir fijándome en el gris de la acera.

Entro en el parque. Los sauces, repletos de hojas a la espera de la próxima gran ventada que las tumbe, salpican el recorrido aportando un colorido que hace que no encuentre a faltar el sol.

Un continuo sube y baja por terreno mullido, entre pinos y acacias, me va acercando al límite Norte de este lugar, alternando zonas en consolidación con otras antiguas y bien constituidas, lo que, al cabo de unos cuantos años, habrá conseguido armonizar todo su encanto vegetal.

Me concentro en esquivar una serie de grandes charcos por medio de saltos consecutivos, llego a terreno más estable, levanto la vista y casi me doy de bruces con la ciudad. Los gigantes urbanos mandan, se levantan enhiestos y gritan ¡Alto! Sopeso, acato, doy media vuelta y sigo avanzando.

En mi carrera, de reojo, voy constatando cuan bello es el otoño, y cómo los árboles tiñen de colores sus hojas.

Así, sin haberme parado desde que me topé con los titanes altaneros, me encuentro en la Dehesa de la Villa, al fondo no hay ya colosos, sino humilde campo.

En este consolidado parque la magnificencia de los árboles me deja sin palabras, no me queda más que observar e irme llenando de naturaleza y colorido a medida que re-corro sus trochas.


Varios fogonazos más de color antes de decir “hasta la vista” a este entorno para luego enfilar hacia casa.