viernes, 30 de agosto de 2013

Ansabere, Petrechema, Mesa de los Tres Reyes, lapiaz; Lescun, paraíso natural.

El circo de Lescun atesora, en un espacio reducido, la más pura esencia de la naturaleza montañesa: valles verdes y apacibles; húmedos y frescos hayedos; fuertes pendientes; agujas retadoras; cimas con panorámicas espectaculares; caótico lapiaz; contraluces encantadores. Todo esto, en su conjunto, lo convierten en una zona por la que mi amigo Manuel y yo nos movemos con sumo agrado.

En esta ocasión hemos diseñado un circuito que incluye la ascensión a los picos de  Petrechema y a la Mesa de los Tres Reyes, en un recorrido que nos llevará a atravesar el lapiaz que se encuentra entre ambos. Ascenderemos por el collado de Petrechema (sobre las cabañas de Ansabere) y descenderemos por el collado d’Escueste (sobre las cabañas de Pedain).

Son las 8:30h cuando comenzamos la marcha en el Pont de Lamereich (1.040m), encaminándonos hacia el collado de Petrechema. Las Agujas de Ansabere se recortan contra un cielo azul que hoy, inusualmente, preside este entorno habitualmente tan cubierto por nubes y bruma.

Desafiantes agujas calcáreas que se yerguen más de 300m, a cuya izquierda se abre el collado de Petrechema (2.082m). El tiempo es inmejorable y nuestra marcha muy viva.

A las 11h estamos ya cómodamente instalados en la cima del Petrechema (2.360m), contemplando la vecina e inaccesible Aguja Grande de Ansabere (una profunda brecha separa ambas cumbres), y los distintos planos montañosos en la lejanía, con el omnipresente Midi d’Osseau entre ellos.

Giramos el cuello hacia el Norte y nos grabamos en las retinas el itinerario que afrontaremos a continuación: entre la cima del Petrechema (donde nos encontramos), y la Mesa de los Tres Reyes, cuya alargada silueta avanza como una proa sobre las verticales gleras que caen hacia el Este, se extiende la amplia zona de lapiaz que hemos determinado cruzar.

Atravesar un lapiaz como éste, sin sendero trazado, exige varias cosas. La primera, querer hacerlo; la segunda, estar dispuesto a las continuas subidas, bajadas y rodeos en busca del paso más accesible; la tercera, llevar cierta provisión de agua, porque el entorno es seco y despiadado; y la cuarta, tener práctica en la marcha por las afiladas piedras y lajas que componen el escenario, sorteando profundos agujeros y grietas. Para aventurarse por estas zonas hay que contar, además, con un día claro y totalmente exento de niebla. Hoy era el momento adecuado para ello.

Descendemos por la loma Oeste del Petrechema hasta la altura de los 2.070m, lugar desde el que contemplamos el caos kárstico que pretendemos atravesar. Trazamos bien la línea imaginaria que seguiremos hasta llegar al otro extremo; llaman la atención los aislados pinos que sobresalen de la pétrea superficie; fijamos algunas referencias intermedias, así como la faja final a la que apuntamos, y emprendemos el descenso al lapiaz.  Comienza la parte más dura del recorrido.

La atención es permanente, las afiladas lajas y la áspera caliza se agarran a manos y suelas. Los sarrios, que encuentran refugio en esta zona tan poco frecuentada por humanos, nos observan desde un punto elevado.

Los aislados pinos conforman diminutos oasis de vegetación en el desolado terreno por el que transitamos, aferrándose literalmente al suelo del que se nutren.


Mientras unos resisten a pesar de los avatares climatológicos que les azotan,


Otros ya perdieron su asidero y yacen yertos.

Nosotros seguimos nuestro serpenteante itinerario, corrigiendo sobre la marcha, marcando el camino con mojones y trepando cuando toca.

Sonreímos ante el reducido parterre que se ofrece ante nuestros ojos, señal de que ya estamos terminando nuestro deambular por éste inhóspito caos.

Echamos la vista atrás para contemplar lo que ya llevamos recorrido. El Petrechema al fondo y los aislados pinos negros quedan como mudos testigos de nuestro paso por un terreno que nos ha exprimido, y que a la par nos ha proporcionado una satisfacción difícil de explicar. Hay que vivirlo.

Finalmente ya tenemos ante nosotros el collado d’Escueste y la faja cimera de la Mesa de los Tres Reyes, por detrás de la cual se asoma el pic d’Annie. Pero aún queda bastante vericueto por recorrer hasta alcanzar la Mesa.

Tras dos horas y media desde que dejamos la cumbre del Petrechema, llegamos a la cima de la Mesa de los Tres Reyes (2.444m). No muy larga y bastante estrecha pero con capacidad bastante como para albergar una maqueta metálica del castillo de Javier y una estatua de San Francisco Javier de unos 50cm de altura.

Mientras tomamos alguna barrita energética contemplamos el Petrechema y las Agujas de Ansabere, así como las pendientes pedreras por las que descenderemos en breve, en nuestro camino de retorno por el collado d’Escueste.

Desde la cima se tiene una amplia panorámica del Lac de Lhurs, con el pueblo de Lescun, al fondo del valle, muy abajo.

Un zumbido de alas cortando el viento, cimbreándose en su aprovechamiento de la térmica, nos lleva a observar el placentero vuelo sin motor de esta inesperada compañía que encontramos aquí arriba.

Pero hemos de comenzar la bajada, la glera nos espera. Vamos con cuidado buscando el camino para llegar al collado. No tratándose del sendero habitual está poco marcado, y aunque lo hemos seguido en nuestro ascenso, a veces resulta complicado de encontrar, pero llegamos al collado y descendemos la larga y empinada pedrera que nos lleva a las cabañas de Pedain.

Por las laderas herbosas ya se puede trotar, y finalmente llegamos a las bucólicas praderas donde el ganado deambula apaciblemente. Atardece sobre las agujas de Ansabere.


Nubes y brumas ya van haciéndose presentes, tomando posesión de este rincón privilegiado donde hemos efectuado un recorrido exigente y duro, de unos 17km, salvando un desnivel total acumulado de unos 2.000m, que nos ha dejado con una sensación de plenitud y sosiego difícilmente alcanzable en otros lugares. Ojalá seamos capaces de seguir preservando y viviendo espacios como el de Lescun.

domingo, 25 de agosto de 2013

El Pico de Anayet desde el Corral de las Mulas. Polícromo entorno y monte con todos los aditamentos.

Nombres que se agolpan en la mente: Canal Roya, Pico Royo, Arroyeras. Cuando te adentras en la zona te das cuenta de a qué son debidos. Nada más salir del coche en el Corral de las Mulas y alzar la vista hacia las montañas a cuyos pies se abre el barranco de Culibillas, la vista se alegra con una paleta de rojos (royo, en aragonés), grises y verdes, realzados por el resplandeciente azul del cielo mañanero.

Mi amigo Manuel y yo damos comienzo al recorrido de hoy, con el propósito de imbuirnos a tope de la luz y el colorido que ofrece este rincón del Pirineo.

Rápido descenso hasta entroncar con la entrada al barranco de Culibillas. Vamos entre el sol y la sombra hasta que el barranco gira decididamente hacia el Oeste, para encajonarse entre las caras Norte de los Picos Royo, Culibillas y Arroyeras, y la cara Sur del Pico de la Garganta.

Alegre marcha junto al arroyo que nace en los ibones de Anayet, hacia los que nos dirigimos. La abundancia de agua y humedad convierte nuestro ascenso en un deleite para los sentidos.


Pico de Culibillas
Absortos en las tonalidades del entorno por el que transitamos alcanzamos la Mallata de Anayet, meseta en la que se asientan los ibones de Anayet. Ante nosotros aparece el altivo Pico y a su izquierda, el royo vértice de Anayet. Verde, rojo, gris, azul.

Giramos la vista hacia nuestra derecha, y el espectáculo hace que nos detengamos unos instantes. El Midi d’Ossau se yergue al fondo.

Continuamos la marcha hacia la roja brecha que se abre próxima al Pico del Anayet, a la que ascendemos rápidamente, observando de reojo el aéreo tramo que habremos de pasar para acceder a la cima del Pico, pero esto llegará algo más adelante.

Alcanzada la brecha el sendero hacia el Pico es evidente, hacia la derecha y por la vertiente Oeste, siguiendo los mojones. De nuevo el Midi d’Ossau, desde el fondo, preside nuestros pasos.

Guiados por los hitos accedemos a la loma que baja del pico. La tierra y las piedras se tornan royas. De un rojo intenso. 


La cima del Pico de Anayet se encuentra ya al alcance de la mano
Pasamos ahora a la vertiente Este para acometer el tramo más delicado de la ascensión.

Dicho paso consiste en atravesar horizontalmente una vira de rocas algo pulidas y muy pendientes, con un gran "patio", convenientemente equipada con unos pasamanos de cadena a los cuales te ases o tropiezas, según los casos, pero que aseguran adecuadamente la aérea travesía.

Al final de la misma no queda más que ascender a nuestra izquierda por una canal herbosa, poco complicada, por la que se alcanza la cima del Pico de Anayet (2.545m). 

Mientras tomamos alguna barrita energética y bebemos agua, dedicamos un rato a contemplar el paisaje que se observa desde esta privilegiada atalaya.


Recogemos los bártulos y emprendemos el descenso por el mismo itinerario de subida. Las placas se pasan ahora con más soltura y rapidez. Nuestro caminar sobre el rojo terreno es sereno, conscientes de cuan poco habitual y específico es el suelo que vamos pisando.

Al fondo, el Vértice del Anayet
De vuelta a la Mallata de Anayet nos encaminamos hacia el borde de la misma, que da sobre la Canal Roya, en dirección al pico de Espelunciecha (2.397m), cuya cima alcanzamos sin dificultad alguna.

Mirada hacia las cimas gemelas del Anayet, tan próximas y tan distintas entre sí: El Pico, abrupto y altivo, y el Vértice, mucho más acogedor.

Al Norte, la Marmolera de los Infiernos, abajo, Formigal, hacia donde descenderemos por el Cuello y el Rincón de Espelunciecha.

Iniciamos la bajada por la ladera Norte, empinada y de escasa dificultad, pero con abundante cascajo que obliga a ir con cuidado durante el primer tramo.

La jornada va tocando a su fin. El Espelunciecha queda atrás. Nosotros nos encaminamos de vuelta al Corral de las Mulas, trotando por los pastos que nos aproximan a las instalaciones de la estación de esquí de Formigal.
Cara Norte del Pico Espelunciecha
Circuito polícromo, con abundancia de agua, donde la subida final al Pico Anayet comporta un ligero toque de dificultad y vértigo, que hacen de ella una ascensión “tipo” de las que el vecino Pirineo de tresmiles ofrece, a más altura, en dosis mucho más abundantes. Ruta donde lo que prima es la sorprendente y bella combinación natural de los colores.

martes, 20 de agosto de 2013

Los Picos del Infierno y el Pico de Arnales, desde el Balneario de Panticosa.

La Marmolera de la cara Norte de los Infiernos, desde el Pico de Anayet
Los Picos del Infierno conforman un conjunto de tresmiles encadenados: el Occidental, con 3.073m, el Central, con 3.082m y el Oriental, con 3.076m, respectivamente, que suelen ascenderse desde el collado del Infierno, paso muy transitado para comunicar los valles de Panticosa y Respomuso.

Al atravesar dicho collado se suele lanzar una mirada hacia la ferruginosa pedrera que se extiende hasta las cimas, para continuar seguidamente con la marcha. Los Infiernos, al Sur, y los picos de Piedrafita y Tebarray, al Norte, quedan allí mientras los transeúntes transportan sus cargadas mochilas camino de los valles.

Más tarde, desde la base, en las tierras de Sallent, su mirada es irremisiblemente atraída por la Marmolera, gran veta grisácea que se inserta entre las tres cimas. Se siente la atracción de hollar sus cumbres.

Tal era la sensación de nuestro amigo Francisco cuando acordamos culminar el proyecto pendiente de “hacer los Infiernos”.


Las primeras luces de la mañana comienzan a iluminar el embalse de Búbal y las paredes de la Sierra de Telera, camino del Balneario de Panticosa.
A las 7:30h comenzamos la marcha en el Balneario de Panticosa. Francisco, Manuel y yo habíamos madrugado pensando que, dadas las buenas condiciones climatológicas, valía la pena tener tiempo por delante para llenar nuestros sentidos de la belleza natural que aporta el gran número de ibones y arroyos que contiene la zona de Bachimaña y de los Azules.

El bien trazado y empinado sendero pronto nos lleva al pie de la Cuesta del Fraile, que empezamos a la sombra y acabamos con el sol dándonos de pleno.  Entramos en el territorio de la luz y del agua.

A la derecha, el ibón de Bachimaña superior.
El torrente que baja de los ibones Azules viene tan crecido que optamos por ascender por la margen derecha (orográfica). La cara Norte de los Infiernos, con su Marmolera, se ofrece ante nuestros ojos.

Desde el ibón Azul superior se ve perfectamente el itinerario hasta el collado del Infierno, a cuya derecha se alza el pico de Piedrafita. Parece que tendremos que pisar nieve.

Cara Norte de los Infiernos desde el ibón Azul inferior
Collado del Infierno y pico de Piedrafita, desde el ibón Azul superior
Seguimos nuestra marcha sin olvidarnos de  mirar hacia atrás. Agua por doquier y las cumbres que cierran el horizonte.

Tenemos a la vista, en su plenitud, la larga cresta que, desde el collado del Infierno, se enfila hacia la cumbre Occidental. Está claro que pisaremos nieve.

Desde el collado (2.721m), el macizo del Vignemale muestra su inconfundible silueta.

Nos quedan ahora los 300m finales hasta alcanzar la primera de las cimas del Infierno (la Occidental). Optamos por seguir la senda que, derivando hacia la derecha, surca la rojiza pedrera que se eleva sin tregua. Hay mojones que vamos siguiendo. Trepamos por una amplia chimenea en cuya parte superior hay un gran hito con un palo vertical. Aquí se cambia de vertiente.

Comienza la travesía de la Marmolera, que se realiza por una vira más espectacular que difícil, justo entre la piedra roja y ferruginosa que baja de la cresta y el comienzo de la gran veta de piedra blanca y caliza. En cualquier caso, el patio es de cuidado y hay que ir asentando bien los pasos, que Sallent parece que esté esperando allí abajo.
La Marmolera de los Infiernos. A punto de entrar en ella
Atravesando la Marmolera
Al final de la travesía el primero de los Infiernos está ya a la mano. Una pequeña trepada y hacemos cumbre. 

Enfrente, los paredones del Garmo Negro y el Algas. A nuestros pies, los ibones de Pondiellos.

En la cumbre del Pico Occidental del Infierno (3.073m)
Continuamos hacia las cimas Central y Oriental de los Infiernos por la amplia cresta que las une. Estamos "saboreando" el gusto por la alta montaña.

Hacia las 2ª y 3ª cumbres de los Infiernos
Hacia la cima del 3er Infierno, el pico Oriental (3.076m). Al fondo el macizo del Vignemale
Vamos muy bien, el ánimo está elevado, así que decidimos realizar un circuito circular (para no descender por el itinerario de subida) y volver al Balneario por el collado de Pondiellos.

Toca ahora la parte más expuesta del recorrido, descender hasta el collado de Pondiellos por la pared Sur, entre los Infiernos Central y Oriental. Son unos 200m de pala muy pendiente, compuesta de estrechas terracitas y piedra bastante rota, que hay que ir bajando con sumo cuidado, tanto para no resbalar como para no tirar piedras a los que van por debajo. Conviene acertar bien con el inicio de la estrecha y difuminada trocha, jalonada con algún que otro mojón, que recorre la pared (vale más “no embarcarse”).

Comenzando el descenso por la cara Sur
La adrenalina se apodera de la garganta, y su sabor amargo acompaña durante todo el descenso, aderezado con algún que otro destrepe “entretenido”.

Al pie de la pared aparece de nuevo la nieve. Mientras Manuel y yo trepamos rápidamente a la cumbre del Pico de Arnales (3.006m), Francisco se encamina hacia el collado de Pondiellos (2.825m).

Cara Sur de los Infiernos desde el collado de Pondiellos. En rojo itinerario hasta la cima del P. Arnales. En azul, itinerario hasta el collado.
En la cima del P. Arnales (3.006m). En la distancia, los ibones de Bramatuero. Al fondo, el macizo del Vignemale
Tras bajar de la cima del Arnales nos volvemos a reagrupar en el collado y comemos algo antes de iniciar los 1.200m de descenso que en sólo 2km nos han de dejar de vuelta en el Balneario de Panticosa (1.631m). Sufren las rodillas al descender la muy pendiente, larga e incómoda pedrera inicial compuesta por voluminosos bloques de granito,

Pedrera desde el collado de Pondiellos. Abajo, el balneario de Panticosa, con su lago.
sobre los que hasta los sarrios tienen problemas para acomodarse.

Una vez acabada la glera, en la zona de la Mallata Alta, el sendero continúa por pasto y tanto el paso como las piernas se recomponen.

En suma, completa actividad, realizando un circuito cuya primera parte discurre por suaves y agradables ibones y arroyos, alcanzando 3 ó 4 tresmiles en la misma jornada, segregando adrenalina para descender la delicada pared Sur, completando el recorrido con una soberana ración de pedrera de todo tipo y tamaño en la que las piernas y tobillos son exigidos al máximo, en un entorno de típica alta montaña pirenaica.


Ilusión cumplida, con gratísimas imágenes y compañía para rememorar.