miércoles, 31 de diciembre de 2014

Bergusa ye un lugar aragonés albandonau dende 1958.

Bergusa
Y allí que nos fuimos los cuatro, Manumar, Alba, Boira y el que suscribe, tras ser repelidos por la ventisca que azotaba el Portalet, todos vestidos de esquiadores, menos la perra, que lucía su pelaje natural, a visitar el lugar y rememorar a los viejos espíritus.

Plan B que pusimos en práctica a la vista del mal tiempo. Lo que en Portalet era nieve y ventisca en estos barrancos era llovizna menuda y pertinaz. En lugar de esquiar nos dedicamos pues a trotar, marchar y correr en pos de un lugar que antaño fue tierra de carboneros y donde las familias que habitaban allí vivían del huerto y corral, criando además algún que otro cerdo a la espera de cada San Martín.

Suerte que los tres bípedos llevábamos puestas sendas zapatillas de “running”, que el cuadrúpedo ya iba naturalmente preparado para cualquier entorno, y así, a pesar de la extraña sensación que produce moverse con atuendo de nieve por trochas de bosque, entre robles quejigos, bojes y zarzas, iniciamos la marcha.

Primera vez que Alba y Boira visitan un pueblo abandonado de los que Huesca es tan abundante. Hay que encontrarse con la propia historia.

Primera vez también para que Boira conociera la nieve y las sendas de sus ancestros. Hay que sacar los instintos a pasear.

Una vez más para que Manumar y yo volviéramos a percibir las presencias que todavía impregnan los muros y cercados de estos lugares.

Salimos de Oliván y bajamos a encontrar la pista que discurre junto al río. La seguimos durante unos cuantos kilómetros por medio de un pinar, con el suelo tapizado por las hojas y bellotas de los robustos robles que se encuentran con frecuencia.


Tras varios kilómetros de pista, a nuestra izquierda, una senda con marcas amarillas y blancas desciende hacia el río que fluye por el fondo del barranco. Comienza la marcha hacia el pasado.

Entre bojes y deshojados robles aparecen, en la otra vertiente, las casas de Bergusa.

El sendero se torna resbaladizo en su descenso hacia el río. Huele a boj y a humedad.

El torrente baja crecido y lo cruzamos con alguna dificultad, pasando de piedra en piedra. Al otro lado iniciamos el ascenso hacia Bergusa.

Sus casas derruidas, despojadas de techumbre, los muros escorados, la vegetación enraizada dentro de las antiguas viviendas, todo ello en un entorno empapado y brumoso, calan en nuestros ánimos, en cada cual a su manera.



Hablamos poco; intercambiamos algún que otro comentario, observaciones breves más bien.

Entramos en la vieja iglesia; con cierto resquemor atravesamos su desencuadernada portada. El interior transmite olor de musgo y años sin cuidado. Un Cristo que hasta hace poco hubo sobre la pared del altar, hoy ya no está. Salimos del recinto.

Iglesia de Bergusa

Ainielle queda lejos, pero aún a sabiendas de que ya no llegaremos a él decidimos recorrer parte del camino que lo une a Bergusa. Y así, en una ida y vuelta, ¿Sin sentido? Pues el mismo que pudiéramos encontrar para haber llegado hoy aquí, seguimos recorriendo estrecha y húmeda trocha entre boj, algún pino y quejigos, sin más propósito que empaparnos, en todos los aspectos, de bruma, naturaleza y pasado.

“Hasta aquí llegamos, que para Ainielle todavía hay que doblar aquella loma, y la lluvia arrecia”

Retornamos corriendo, pasamos de nuevo, con sigilo, junto a los muros derrengados, dejamos de lado el cartel indicador y continuamos por el sendero que nos trajo a este lugar al que quisimos venir y del que nos vamos con el espíritu enriquecido.




Bergusa se troba en a rota que puya dende Oliván ta o Sobrepuerto, a 968 metros d'altaria sobre o ran d'a mar, amán d'Ainielle. 

domingo, 28 de diciembre de 2014

Castillo de Loarre y pico de Puchilibro. Pareja desigual en las acaballas de la Sierra.

Castillo de Loarre
La Sierra de Loarre forma parte de las cadenas montañosas exteriores pirenaicas en su sector oscense. Se extiende entre el valle del Gállego y la sierra de Gratal. Su nombre lo toma del castillo de Loarre (1.040m) emplazado en la ladera meridional. Culmina en el Puchilibro, a 1.595 m, uno de los más altos del Prepirineo.

El castillo acapara, explicablemente, la mayor parte de la atención; el pico queda relegado a un segundo plano, y tan sólo capta el interés de los que van más allá, de aquellos que buscan mirar al castillo desde arriba, a la par que hacer un poco de ejercicio saboreando, en pequeñas dosis, lo que el Prepirineo ofrece: erizón y boj en las solanas, pino y más boj en las umbrías, aristosa roca caliza, trochas estrechas y empinados tramos de cuestas para, finalmente, acceder a unas atalayas desde las que un extenso panorama se abre ante los ojos.

Ascender al Puchilibro es sencillo y el trayecto resulta corto, con aproximadamente 500m de desnivel positivo. Si además se continúa el recorrido con la visita a los repetidores del monte vecino, y se baja por el Plá de Lugan, se completa un agradable circuito de unos 9km de longitud.

Itinerario que no tiene pérdida puesto que está perfectamente marcado. En los cruces siempre hay un letrero que indica el camino a seguir, y así hasta la misma cima.

La fortaleza recibe el sol de la mañana.

Atrás y abajo queda la niebla; tan sólo las colinas y los puntos altos se ven libres de su manto.


La mirada, a medida que asciendo, va dirigiéndose permanentemente atrás. El castillo va achicándose.

La montaña reclama ahora la atención, encaro un tramo más empinado de roca caliza que ralentiza la carrera. La ciudadela está fuera de la vista, ya es sólo sierra y naturaleza. 

Me centro en no rozarme con los erizones y alcanzo un collado: a la derecha (Este) la senda hacia la cima del Puchilibro, a la izquierda (Oeste), la que lleva hacia los repetidores.

Llegando al collado, enfrente, a la izquierda, los repetidores.
Primero al Puchilibro, que alcanzo enseguida.

Últimos metros para llegar a la cima del Puchilibro
En la cima, bastante plana, paro un momento para contemplar las cumbres nevadas del Pirineo.

Retorno al collado y sigo la senda hacia los repetidores. Hay que cabalgar con cuidado sobre un tramo de cresta caliza bastante estrecha a tramos, asegurado por la buena adherencia de las zapatillas sobre la áspera roca.

Cresta antes de alcanzar los repetidores
Se acaba la cresta, que abandono tomando una trocha entre erizones que sale unos metros antes de su final.

Toca dejar la arista y meterse por los erizones
Atrás quedan arista y Puchilibro
La sigo hasta llegar al repetidor, accediendo a una pista que viene del otro lado, por la que asciendo hasta la caseta de guarda que hay en el cerro siguiente, desde donde contemplo el Puchilibro y la cresta de equilibrista, antes de iniciar el descenso hacia el castillo.

Puchilibro y cresta del equilibrista, desde la caseta de guarda
Tras dos horas y cuarto de recorrido estoy de vuelta en el coche, a tiempo de llegar a comer a Zaragoza, con los pulmones oreados, las piernas ligeras y la mente despejada.

Atrás quedan Puchilibro y castillo, al sol del mediodía.

Castillo de Loarre y sobre él, el Puchilibro
Delante, la niebla que me vuelve a engullir.


sábado, 20 de diciembre de 2014

Somos un fuimos en marcha hacia lo que seremos

Incesantemente recorriendo las sendas cada día,

Dejando mínima huella de nuestro paso.



Van quedándose allí, tendidas,

Mientras marchamos por solanas y umbrías.




Deteniéndonos a cada rato,

Absorbemos las sensaciones que conforman nuestra vida.



Pasando calor o frío, a merced de la naturaleza,

Que de misericordias poco entiende.



Viviendo la oportunidad de participar, mínimamente,

De semejante belleza.


Paz y sosiego alcanzados a medida que las recorremos,

Día tras día, año tras año.



Poniendo tesón y esfuerzo,

A solas con uno mismo o en compañía.



Siempre en la mente confortados por los firmes lazos que, 

A lo largo de tales andaduras, hemos ido generando.



                    
                              ¡Salud y Montaña para el año 2015!

Somos un fuimos en marcha hacia lo que seremos

Incesantemente recorriendo las sendas cada día,
dejando mínima huella de nuestro paso.

Van quedándose allí, tendidas,
mientras marchamos por solanas y umbrías.

Deteniéndonos a cada rato,
absorbemos las sensaciones que conforman nuestra vida.

Pasando calor o frío, a merced de la naturaleza,
que de misericordias poco entiende.

Viviendo la oportunidad de participar, mínimamente,
de semejante belleza.

Paz y sosiego alcanzados a medida que las recorremos,
día tras día, año tras año.

Poniendo tesón y esfuerzo,
a solas con uno mismo o en compañía.

Siempre en la mente confortados por los firmes lazos
que, a lo largo de tales andaduras, hemos ido generando.