miércoles, 21 de febrero de 2018

Por la Cuerda Larga nevada, entre el Puerto de la Morcuera y el alto de Asómate de Hoyos.

 
Con esquíes por la Cuerda Larga
La Cuerda Larga es uno de los principales ramales montañosos de la Sierra de Guadarrama, constituyendo la divisoria de las cuencas de los ríos Lozoya, al norte, y Manzanares, al sur, ambos afluentes del río Jarama, a la par que es una de las zonas más elevadas de la Sierra al tener una altitud mantenida de más de 2.100 metros, extendiéndose de Este a Oeste a lo largo de unos 21km, entre los puertos de la Morcuera (1.780m) y el de Navacerrada (1.858m), respectivamente.

Debe su nombre a la línea casi horizontal que componen su sucesión de cumbres, vistas desde la distancia. Parece eso, una larga cuerda tendida. Sin embargo, una vez en ella se comprende lo ilusorio del mismo, pues los sube y baja entre las cumbres que la forman van acumulando metros de ascenso.

El tramo de la Cuerda que nos ocupa hoy, desde el Puerto de la Morcuera hasta Asómate de Hoyos (2.242m), es mayoritariamente transitado por aquellos que abordan a pie la integral de la misma, quedando generalmente fuera de los objetivos de los esquiadores de montaña.

No obstante, las largas y amplias palas orientadas al Norte (con entre 400m y 500m de desnivel), cuando están bien cubiertas de nieve, como es el caso ahora, constituyen una verdadera delicia para el esquí de travesía o los crampones, en un entorno muy solitario que invita a subirlas y bajarlas tantas veces como las fuerzas permitan, a la par que se van coronando cimas.

El tramo de hoy constituye, adicionalmente, un mirador de primera categoría sobre el Macizo de Peñalara y sobre la muy abrupta vertiente del Hueco de San Blas.

Macizo de Peñalara desde la base de la Cuerda Larga, en la Morcuera
Con cinco grados bajo cero y a la sombra de la cara Norte vale más mantener un buen ritmo, manejar hábilmente los crampones y llevar bien afilados los cantos de los esquíes.

El Bailanderos desde la linde del pinar. Comenzamos la marcha.
Subiendo hacia el collado de la Najarra
 
Collado de la Najarra
Encuentros ocasionales cuando tocamos cima, viento fuerte del Norte y continua marcha nos van llevando a pasar por los sucesivos altos y collados; el alto más relevante es el de Bailanderos (2.133m; donde hay grandes rocas que, cuando no están cubiertas por la nieve, se mueven ligeramente, de ahí su nombre).
 
Llegando por primera vez a la cumbre del Bailanderos 

Bordeando con los esquíes la base del Bailanderos, en dirección al collado de Pedro de los Lobos
Arriba queda la pedregosa cima del Bailanderos
Seguidamente está Asómate de Hoyos (2.242m), que constituye el punto de la Cuerda Larga más cercano a La Pedriza del Manzanares y donde finalizamos la marcha de hoy antes de dar la vuelta.

Llegando al Asómate de Hoyos
Lugar donde la nieve helada es azotada por el fuerte viento
Nos concedemos un breve descanso al precario abrigo de una gran roca.
 
Cualquier "encajonamiento" entre nieve y roca sirve como elemental refugio contra el viento
 

Tras el cual iniciamos el retorno desde la aplanada cima de Asómate de Hoyos perdiendo altura por la loma cimera hasta alcanzar el collado de Pedro de los Lobos (2.047 metros).

La subida de nuevo al Bailanderos (2.135 metros) es algo complicada y obliga a hacerla con los esquíes al hombro, pues el camino se empina bastante entre las rocas.
 
Últimos metros antes de alcanzar la cima del Bailanderos por segunda vez
Pero queremos llegar a la misma cima y aprovechar la última esquiada larga de la jornada por la ladera de Majalagrande, desde lo más alto hasta la linde con el pinar, casi 500m de desnivel que saben a poco para el esquiador mientras el cramponeador los valora en su totalidad.

Contemplando desde abajo la hermosa ladera de Majalagrande
 
Una vez acabada la jornada toca ya quitarse los esquíes al llegar de vuelta al pinar, en la Morcuera
En resumen, una jornada en la que recorrimos 13km y ascendimos dos veces al Bailanderos, contabilizando un total de 870m de D+; salvo en los ocasionales momentos de confluencia en las cumbres, los encuentros con esquiadores de montaña se contaron con los dedos de una mano.
 
Contemplando el Macizo de Peñalara
 
Hasta la próxima, en la que probablemente nos volveremos a introducir en el bosque
 

lunes, 12 de febrero de 2018

Por el pinar nevado de Valsaín: árboles, nieve, silencio. La fascinación del bosque.

Cada cierto tiempo se da una confluencia de circunstancias meteorológicas que provocan que el extenso pinar de Valsaín, intrínsecamente bello, se cubra de una espesa capa de nieve y se muestre magnífico, permitiendo su recorrido con esquíes o raquetas, y constituyendo un espectáculo natural de primer orden.
Deambular por él deleitándose a cada paso, en cada rincón, ajenos a la temperatura bajo cero, con los sentidos llenándose de imágenes y de recogimiento, conforma un bagaje de impresiones que se atesoran en el interior.

El recorrido de hoy es el siguiente: Dehesa de Cercedilla (1.350m) – Puerto de la Fuenfría (1.796m) – Pabellón de Casarás (1.711m) – Fuente de la Reina (1.650m) – Retorno por el mismo itinerario, en sentido inverso. Soledad, espléndido bosque, desnivel total en ascenso de 720m de D+ y 16 kilómetros de longitud. La recompensa vale la pena.

La primera parte de la jornada, en la vertiente madrileña, sube todo el valle de la Fuenfría sobre la traza de la antigua calzada romana. Ascendemos por las sendas menos frecuentadas. A veces oímos voces de algunos grupos en la distancia que se desvanecen tras doblar un recodo.

 
 
Los paquetes de nieve sobre las ramas de los pinos parecen amenazar con caer sobre nuestras cabezas ante cualquier sacudida o golpe de viento.

 
 
Poco a poco vamos ganando altura, estamos ya por encima de los 1.700m de altitud. Casi sin habernos dado cuenta el paisaje ha cambiado. El entorno ha adquirido un tono blanquiazul donde la nieve y el frío “mandan”. Nos aproximamos al Puerto de la Fuenfría.  

El Puerto de la Fuenfría, a 1.796 metros de altitud, flanqueado por las montañas del Montón de Trigo (2.160m) y la sierra de los Siete Picos (2.140m), respectivamente, está hoy barrido por un viento no muy fuerte que incrementa la sensación de frío de los menos cinco grados que marca el termómetro. Como apunte adicional mencionar que este collado, paso del Camino de Santiago entre la vertiente madrileña de Cercedilla y la segoviana de Valsaín, constituye el punto más alto de los caminos jacobeos en el interior de la Península; su altura es superior a las de Somport, Ibañeta, la Cruz de Ferro o El Cebreiro.

Todo está cubierto, de nubes el cielo y de nieve el resto. Vale más mantenerse sobre las raquetas y los esquíes so pena de hundirse en ella hasta las rodillas.

Buscamos refugio bajo el improvisado abrigo que ofrecen las sobrecargadas y flexionadas ramas de un gran pino. Al menos aquí el viento se siente bastante menos.  Desde su interior oteamos el gélido entorno exterior.

Acogedor abrigo
Vistas desde su interior
 
Tras un breve descanso salimos del abrigo e iniciamos la suave bajada hacia la Fuente de la Reina. Sobre la espesa capa de nieve tan solo se oye el amortiguado deslizar de los esquíes y los secuenciales paso de las raquetas.

Vamos rodeando la ladera Este del Montón de Trigo, poblada por un denso bosque de pinos cubiertos por un grueso manto de nieve.

En contra de lo que pueda parecer, en estas zonas en las que la nieve se acumula durante un periodo prolongado, las plantas y árboles la utilizan como elemento protector para protegerse del aire y la desecación que puede producirse por el hielo.

Distintos tipos de huellas dan fe de los que merodeamos por estos entornos.

 
Sobre una loma próxima algo más despejada, que se adivina unos  metros más arriba de una gran lazada del camino, se encuentran las ruinas del Pabellón de Casarás o Casa de Eraso, construido en tiempos de Felipe II. Cuesta imaginar cualquier bullicio de épocas anteriores en el paraje que hoy día, totalmente cubierto por un manto de nieve virgen, tan solo transmite quietud.

 
 
 
Pabellón de Casarás o Casa de Eraso
En la distancia, desde este pequeño altozano, damos vista a las grandes extensiones nevadas del pinar de Valsaín.

Retornamos a la pista y continuamos la marcha descendente hacia la Fuente de la Reina. El entorno es gélido; agudas acículas de hielo cubren las ramas de los arbustos caducifolios.

 
Finalmente, aproximadamente a 1km del Pabellón, a la vera del camino, alcanzamos la Fuente de la Reina, también llamada de Matagallegos, de agua siempre muy fría, y más ahora.

Fuente de la Reina
No iremos hoy más allá. Sobre las piedras que conforman su cuba nos sentamos. Aquí tomamos unas almendras y agua a sorbos, que la garganta hay que cuidarla, antes de emprender el regreso.

Breves instantes de sol nos animan, aunque duran poco. Hemos de retornar, que ahora toca cuesta arriba hasta el Puerto de la Fuenfría y son pocas las horas de luz que quedan.

 
Emprendemos el retorno; unos tomaron por la izquierda, nosotros tomamos por la derecha
De regreso aparecen algunos claros que casi permiten ver el puerto de Cotos y, a su izquierda, las Dos Hermanas en el macizo de Peñalara.

A los lados van quedando los blancos ejemplares disponiéndose a otra noche más cuando el sol se ponga definitivamente.

 
 
Estamos ya alcanzando el Puerto de la Fuenfría. Nadie en derredor. Hoy vamos nosotros “cerrando el monte”.

 
Una corta parada en el refugio del árbol antes de empezar la bajada hacia la Dehesa de Cercedilla.

Oportuno abrigo que nos vuelve a acoger temporalmente en el retorno
El sol crepuscular, ahora en un plano inferior al de las nubes, ilumina tenuemente la última parte del descenso mientras deshacemos el tramo iniciado esta mañana. 

Vertiente de la Fuenfría
Las imágenes recogidas más arriba son una pequeña muestra de lo que, fascinados y con los sentidos alerta para no perder detalle, tuvimos la oportunidad de contemplar mientras recorríamos los bosques de Valsaín y de la Fuenfría maravillándonos a cada paso.

domingo, 4 de febrero de 2018

Los Aguarales de Valpalmas. Una Liliput en el mundo real


La comarca de las Cinco Villas tiene parajes sorprendentes. Uno de ellos son los Aguarales de Valpalmas, una curiosa formación geológica que merece la pena recorrer como quien se adentra en el país de una antigua especie enana en la que sus habitantes no medían más de la duodécima parte de la altura de un humano actual. Un ejercicio de abstracción nos permitirá deambular por sus recovecos, atrapados temporalmente por la relatividad de las proporciones.

Los Aguarales de Valpalmas están situados en las cercanías del municipio de Valpalmas, en la comarca de las Cinco Villas, provincia de Zaragoza, y a ellos se llega por una buena pista de tierra en uno de cuyos laterales, al final casi de la misma, quedan los restos de una antigua puerta.

Visitarlos es como traspasar la puerta dejando atrás lo corriente y adentrarnos en lo singular. Los Aguarales pasan desapercibidos desde la distancia, sin embargo en la proximidad resultan asombrosos.

Así, entre colinas aplanadas, bancales cubiertos de cereal, y plantas aromáticas como el tomillo o el romero, encontramos el espectacular fruto de la erosión.

 
Frágiles torrecillas de tierra que se levantan como testigos esculpidos por el paso de los elementos y el tiempo, cubiertas por una costra de limo y arcilla, que las protege  temporalmente  del  desgaste.  

 
 
Conjuntos arquitectónicos cincelados por la naturaleza que nuestra mente asemeja a los lejanos enclaves arqueológicos en el reino de los nabateos o a los grandes cañones americanos, solo  que a otra escala.

 
No se trata de formaciones construidas con tierra sino, literalmente, excavadas, labradas y esculpidas, por el agua más que por el viento, en la tierra del lugar.

 
La investigadora Paloma Ibarra describe este paraje como: “el resultado de la acción erosiva de los flujos de agua tanto superficiales como subsuperficiales, fenómeno conocido como “piping” (formación de tubos), sobre materiales poco resistentes y en un ambiente semiárido con precipitaciones esporádicas de carácter tormentoso. El agua se infiltra en el suelo aprovechando pequeñas grietas o conductos de lombrices y va generando corrientes de barro y agua que son capaces de crear conductos por las que circular y evacuar”.

A uno le entran deseos de encogerse y poder así recorrer todos los túneles y cuevas de estos Aguarales, caminar entre sus riscos, detenerse ante sus fachadas, escudriñar en lo profundo de sus grutas y alzar la vista contemplando sus altos cuchillares.

 
 
 
 
 
Finalmente, los vivos colores del redondeado cuerpo de una mariquita, posada sobre el banco que nos acoge, nos devuelven bruscamente a la “proporcionada” realidad sacándonos del mundo liliputiense.

Nuestro Gulliver interior parpadea, bosteza ligeramente, se repantinga en el banco de madera, se ajusta el cuello del abrigo y contempla el horizonte a la luz de la tarde mientras percibe una gran serenidad ¿Quién sabe si lo que acaba de suceder realmente tan sólo lo soñó?